Cambios

     Es curioso como con el paso del tiempo todas las personas cambian, de un día para otro, después de meses e incluso años. Y como no, nuestra pequeña relación no iba a ser menos; y  con el permiso de todos aquellos que quieran leerme, dejaré aquí una pequeña carta.

    Nuestros primeros meses juntos fueron un maravilloso caos; aprender a entendernos, a compartir y a soltar, mis primeras clases de baile, su primera vez cocinando en la que por aquellas era mi cocina, nuestros largos paseos al volver de a saber que lugares y las largas presentaciones. Si me permite Amo, he de decir que fueron meses muy caóticos para mi, usted tenía un ritmo de vida demasiado movido para lo que era mi vida antes de conocerle.

    Pasaron los meses y poco a poco encontramos el equilibrio perfecto entre su rutina y la mía, y como no, a nuestras formas de servir y de dejarse servir, usted se acostumbró a mis detalles y pausas , y yo mientras tanto a sus caricias y miradas. Llegando así al momento en el que tan solo con una mirada ambos sabemos que buscar en los ojos del otro. No se me ocurre mayor complicidad que poder decir todo a otra persona con un par de pestañeos.

    Así, día tras día, llegamos a hoy, el motivo por el cual estoy escribiendo esto no es ni más ni menos, que esa banal conversación sobre asociar colores a objetos y conceptos. Saltando de uno a otro, inevitablemente llegamos a preguntarnos los colores a los que cada uno asociaba nuestro rol, empecé preguntando yo (para una vez que puedo llevarle la delantera en algo, sabe que lo haré) y su respuesta fue, que  la dominación era una mezcla de rojo, azul y blanco. Después me preguntó de qué color era para mí la sumisión, y la respuesta fue tremendamente similar para un concepto tan diferente. A  mis ojos, es un blanco manchado de forma casi imperceptible con lila, sus mismos colores aunque diferente. En ese momento le hablé de que para mí es más que pasión y serenidad, es confianza plena y pura, la tranquilidad de poder poner en manos de otra persona lo más importante para uno mismo y saber que la otra persona lo cuida y respeta como si fuese propio. 

    También acabamos hablando de lo contrario, como vemos el rol opuesto si nos tuviésemos que poner en el. Una vez más la respuesta fue demasiado similar para términos tan distintos. Según usted, la sumisión es una atadura, un castigo, casi una tortura, al igual que yo no naci para ejercer mi voultad sobre otros, tampoco para castigar. En mi caso, nací para acompañar en silencio, un paso por detrás, ni demasiado cerca para molestar ni demasiado lejos como para que pueda costar encontrarme. Y justo así nos paseábamos por la tienda, manteniendo esta conversación; sobre sus manos las cosas que precisamos para arreglar el dichoso mueble, sobre las mías una vara fina y un gran paquete de bridas. En principio éramos una pareja normal haciendo recados en la tienda, y sin palabras, simplemente con una mirada, pasamos a ser de vuelta solo nosotros, y como no, usted pinchándome con sus hábiles palabras para hacer salir mi ingenio.

    Nuestra mirada cómplice es más que suficiente para saber que aun contra viento y marea estamos juntos contra todo aquello que se nos pueda cruzar. Nada me hace sentir más  segura que saber que es usted el que agarra mi mano al caminar, así como saber que sus manos sostienen con cariño y firmeza el eslabón final de mi collar. Amo, usted ha logrado muchos cambios en mi, y del más grande al más pequeño de todos ellos, le estoy grandemente agradecida. Sabe hasta dónde tirar cuando no me atrevo a dar el paso, también cuando es el momento de acompañar en silencio pero sin dejar de pegar el tirón justo en el momento pertinente.

     No me queda más que dar una vez más las gracias por todo el tiempo que podemos pasar juntos y recordarle que mi sitio seguro siempre será a sus pies.


Comentarios

Entradas populares