Amor propio, aprender a valorarse.
A mi punto de vista, la vida es una serie de golpes enlazados entre sí, en los cuales, hay un mínimo periodo de tiempo, uno en el que piensas que todo esta mejorando, que poco a poco vas a levantar cabeza, y justo cuando sientes que estás a punto de rozar la cima del montón de mierda, justo ahí, nuestra querida vida nos pega otra hostia que nos manda al punto de partida, y con la caída, uno se entierra aún más. En resumen, cuanto más arriba, más grande la leche y más hondo cae uno.
Teniendo esto en cuenta, os podréis dar cuenta de mi nivel de optimismo para todo. Para mi, todo se basa en levantar cabeza después de cada golpe. Y eso implica estar mejor en todos los sentidos: estar más delgada, de mejor humor, dejar de morderme las uñas, etc. En fin, esperan que pase a ser la típica muñeca que da el estereotipo femenino “ideal”, lo que no soy. Todo esto se suma a la presión social que ya existe: las redes sociales, la industria de la moda y de la estética. Todo esto dio como resultado una necesidad enorme de encajar en un molde, uno con una talla XS.
Por aquellas yo estaba hasta las cejas de medicación, que alteraba mi sueño, mi estado de ánimo, mi apetito. En fin, todo en mi vida estaba controlado por una pastilla, que además de controlar, descontrolaba. Esa medicación altero mi peso, mis hormonas, y además deje de tener sueño. Para resumir, perdí el control de mi vida de la noche a la mañana. A partir del primer mes, no comía y aumentaba dos o tres quilos por mes, hasta llegar a pesar 87 kg con 16 años, en ese punto mi vida no tenía rumbo. En este punto, necesitaba parar, la gente me miraba mal por la calle, mis familiares se pasaban el día diciéndoles a mis padres o a mi que tenía que adelgazar, que estaba demasiado gorda. Lo que no sabían ellos es que yo ya lo había intentado, pero no lograba nada. Hasta que descubrí qué, si yo comía pero lo vomitaba, adelgazaría, supuestamente rápido. Así que empecé a hacerlo. Comía menos y procuraba que fuese siempre comida que no me diese problemas después. Yo no sabía que esto era un problema psicológico, así que en cuanto lo supe, trate de ponerle solución. Si es cierto, me gustaba adelgazar así de rápido, pero mi cuerpo se resentía con cada movimiento. Yo no era tonta y sabía que si seguía así no lograría nada más que, en cuanto recupesrase mis hábitos, ponerme como estaba. Tras un año de terapia psicológica, un seguimiento continuo desde esta y citas con nutricionistas, logre ponerle freno. Fue algo que me duró unos meses y que ya comenzaba a hacer de las suyas en mi cuerpo.
Me mantuve en los 80 kg durante mucho tiempo hasta que llegó la cuarentena, y con ella muchas horas libres. Así que me puse a hacer ejercicio Los primeros días terminaba demacrada. Era una paliza sobre otra. Primero 39 minutos de caminata, después 40, y al día siguiente 45, para llegar a casa y después de cenar. Practicaba un poco de todo. Los primeros días era yoga, y a la segunda semana, comencé a hacer elasticidad, y fortalecer mis músculos. Llegó así un momento en el que mis ejercicios posteriores a la cena tenían una duración de dos horas en total, las cuales amenizaba con música y una llamada telefónica. Al principio lo hacía por aburrimiento, pero llegó un punto en el que me lo pedía el cuerpo para poder dormir, me encontraba demasiado activa como para meterme en la cama.
Cada día contemplaba mi cuerpo ante el espejo completamente desnuda. Al principio notaba que mi cuerpo no tenía, por así decirlo, una forma definida. Sobre todo las primeras semanas me costaba hacerlo. Con el paso del tiempo, mi cuerpo comenzaba a perder grasa, pero con su pérdida ganaba marcas en la piel, estrías.
Y en una futura tarde de compras, pasé de una talla 48 a una 36 en tres meses… ¿Qué decir? Es un cambio al que a uno le cuesta acostumbrarse, pero el cuerpo lo agradece.
En este punto, es cuando en mi caso comenzó a darse un pequeño empujón de ánimos y autoestima. Tras una cuarentena y un cambio de fase me deje ver fuera de casa por primera vez. Aunque encontrar ropa más allá de un pijama que me sentase bien para salir a la calle fue algo difícil. Pasaba más de una hora poniendo prenda tras prenda y nada se ajustaba a mi cintura. Cuando encontré una falda suelta y una camiseta medio decente, me puse mis sandalias y salí de casa. Al llegar a lugares que frecuentaba siempre, la gente me miraba cómo si fuese de marte, hasta que me saludaban y se daban cuenta de que era mi voz. ¿Dónde estaba mi cuerpo? Todos preguntaban lo mismo. Y los típicos comentarios: "que guapa estás" "¿qué has hecho?" y demás. En ese momento, y al poder mirarme al espejo a diario, comprendí que por fin mi cuerpo era el que algún día fue. Mi cintura estaba mucho más estrecha, mis costillas se marcaban lo justo, y mi cadera tenía su tamaño exacto, por fin era yo.
No os voy a engañar, aún a día de hoy me encuentro defectos a diario. Aún hoy encuentro pegas que ponerme, pero cada día, cada vez que veo mi reflejo en algo, yo respiro profundamente y me digo a mi misma que no hay nada que me pueda frenarme ahora.
Duro relato amiguita... Pero creo que tienes un poder de regeneracion increíble.
ResponderEliminarTriste que la imagen sea el centro de la estima.
Si te sirve, a mi me da igual como seas fisicamente. Eres de las personas mas bellas que conozco.
Aguanta campeona. Vales mucho