Collares
Mi búsqueda de un collar sustituto al que tengo está siendo una locura. Quién me diría a mí, que un collar que compre en una tienda de un centro comercial, por antojo, de tener uno en concreto que estaba en el pack, me iba a dar, años más tarde, tantas sensaciones al ponerlo sobre mi piel. Que haría que mi mente pasase a otro estado, que cambiase completamente. Que pasara de mi lado más temperamental, (el mismo que no acata órdenes, ni acepta un no por respuesta) a dormir en una esquinita, y que mi naturaleza pueda salir tranquila a la luz, dejando que mi cuerpo se relaje completamente. Un simple collar transparente con un aro en la parte central. Uno que nunca me ponía por dos razones. La primera, la comodidad. Pensaba que ese aro me tenía que hacer daño a narices porque su ancho era casi el de mi cuello, y la cinta era un poco más estrecha. Pero el motivo principal era la gente, que me miraba de una forma muy extraña cuando lo llevaba por la calle. Era como si llevase un cartel colgado al cuello que ponía con letras bien grandes “tengo un collar de perro, sí ¿Qué pasa?”. Y esa sensación me hacía sentir incómoda, sabía que era un collar simple, pero poco usual, y que la gente se fijase en él me incomodaba mucho. Así que deje de ponérmelo hasta que entre en el BDSM.
Una tarde, leyendo una entrada de un blog sobre los collares, me di cuenta de que sin saberlo tenía infinidad de collares con estética BDSM. Algunos cintas anchas con tachuelas metálicas, otros un poco más simples, finas cadenas plateadas con pequeñas piezas negras, e infinidad de anillos con aros, de colores y tamaños diferentes, (de los cuales, muy a mi pesar tuve que tirar, por un inmenso nudo que me costaba más deshacer que comprar cada collar de nuevo). Tras revisar sobre por sobre de mi cajita, noté que había un collar aún en su envoltorio, y al sacarlo, me di cuenta de que era mi collar, al menos hasta que un amo decidiese lo contrario.
Comencé a ponérmelo, mientras trataba de ignorar todas aquellas miradas, que trataban de escudriñar en mi con diferentes preguntas. Querían saber el porque me ponía ese collar, ese en concreto, y no me lo quitaba del cuello ni para dormir. Simplemente, comencé a responder que lo hacía por gusto, ignorando mensajes y comentarios que decían que era como el de un perro, (normalmente era gente cercana a la que respondía que sí se asemejaba al de un perro sería por que yo también lo era, obviemos que lo decía entre risas y de modo jocoso, aunque los que me leen, saben que lo decía muy en serio). Pase tanto tiempo con dicho collar al cuello, que el día que Amo me dijo que ese collar se quedaría solo para sesionar, sentí que me quitaban una parte de mí, me sentía completamente desnuda, aún con mil prendas de ropa. Muchas veces le pedí a Amo ponérmelo para ir a algún sitio, pero, a menos de que el collar para salir a la calle se estropease (una cadenita simple plateada y un cascabel que en un inicio era verde) tenía prohibido llevarlo, y aún así, tenía que pedirle antes permiso Amo, y dependiendo de a dónde fuese, no me lo podía poner.
Y ahora llegamos a mi pequeño gran dilema. Hasta que esté con Amo, él no me dará mi collar, así que yo me busco la vida para encontrar un sustituto. Una tarea que creía sencilla, pero que cada día me desespera más. Ese era “el” collar, muy semejante a mi personalidad, y a mi nuevo yo. Esa chica que pasa de ser un conejillo asustado a ser un magnífico cruce entre mastín y lobo (aunque soy pequeñita mi personalidad es algo así cuando me enfado jeje) y eso es algo que quiero reflejar en mí, en todos y cada uno de los aspectos de mi vida.
Llegados a este punto de la lectura, al menos una persona se estará preguntando: ¿Para qué quiere esta chica guardar ese collar? Pues la respuesta es en realidad muy sencilla. Para mí, ese trocito de plástico y metal, representa miles de momentos y sensaciones, tanto buenos como malos. En él está, por así decirlo, el primer punto de cambio de mi vida, al menos de un modo tan drástico. Ese collar, dejo ver quien soy, y me demostró a mi misma, que no necesito de la aprobación de extraños para sentirme bien. Simboliza lo poco que me tiene que importar el cómo me mire la gente al ir por la calle, algo que para muchos, con autoestima alta o normal no sería gran problema, pero, para mí, y con mi historia, sí lo es. Una historia que algún día contaré entera, pero para ello, me hará falta mucho tiempo, al igual que me hace falta con Amo, para profundizar en sus detalles y tratar de hacer de ellos simplemente un recuerdo, y no algo que afecte a mi día a día. Labor, que por cierto, he de agradecer a mi amo una y mil veces, porque si no fuese por él, hoy no estarían leyendo este insignificante texto colgado en un pequeño rincón de la red.
Parece mentira lo que un simple objeto puede aportarnos eh?
ResponderEliminarMe encanta leerte. Sigue porfi